Memoria intocable en Chile
Hablar en Chile de los Prisioneros es hablar de ídolos, de una música que hizo historia en plena dictadura, de tres jóvenes de población que alcanzaron la fama, esa misma que los llevaría a la traición que los destruyó para siempre.
Esta es parte de la historia que inició el fin de una de las mejores bandas del rock sudamericano. Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia fueron también un buen ejemplo de la amistad llevada a acordes. En medio de una carrera ascendente, que vivió también duros momentos económicos, el periodista Freddy Stock, se dedicó a reconstruir una historia que se había mantenida oculta durante casi 10 años. Sin saberlo estos jóvenes cambiaron la forma de hacer rock en Chile, logrando un inusitado éxito, el mismo que los destruiría más adelante.
A fines de los ochenta, a punto de salir de gira latinoamericana, los grandes amigos Claudio y Jorge (bajista y vocalista) se trenzan en una historia aparte, que terminaría con la banda. En una historia casi telenovesca, el desafiante González, que a esa altura estaba muy involucrado con drogas (especialmente ácido, según afirma el autor del libro) había comenzado una affaire silencioso con la esposa de su amigo de infancia, Claudio Narea.
El tercer vértice del drama fue Claudia, quien olvidó en unos de los cajones cartas de amor apasionadas del líder de Los Prisioneros, las que fueron encontradas por Narea. Desde ese minuto se comienza a escribir el final. González ante la desesperación de una pérdida que era inminente, incluso intentó suicidarse. No queda claro si por amor, o por verse tan miserablemente vencido. Nunca -dice el libro- se reconstruyó esa amistad tan burdamente rota. Algo de eso hay en la ambigua y lamentable carrera de González post Los Prisioneros y en la rabia de Narea, contenida, cada vez que le preguntan por él.
Texto basado en el libro "Corazones Rojos", Biografía No Autorizada de Los Prisioneros


